La Casa Dorada, la ciudad de los dioses, suspendida en el centro del universo. Dorados minaretes, construcciones de extrañas formas y quilometros de altura, se extienden hasta donde alcanza la vista.
Veo algo que brilla con la intensidad de un punsar suspendido sobre el centro de la ciudad... es enorme, la Casa de la Verdad. Hogar de Cosmos, mi señor.
Ahora empiezo a recordar, el arrabal, el humo de los puros que compartia con Simon, la mirada de Luna. Todo queda atarás. Esto debe de ser estar muerto.
Percibo un movimiento instintivo muscular a mi espalda, me doy cuenta que estoy volando, suspendido gracias a unas enormes alas que me nacen en los homoplatos. Negras y rojas, mis alas gotean sangre.
Ahora me fijo en que mi atuendo ha cambiado, torso desnudo y gran cinturón de hebilla dorada, hay una inscripción en ella que no se leer. Túnica blanca con adornos rojos y dorados que llegaría hasta el suelo, si en este mundo hubiera algo parecido...
No estoy herido, pero las vendas cubren mis brazos y piernas, fuertes casi a modo de armadura.
Me adentro aun mas en la ciudad y mi soledad se transforma en concurrencia en un abrir y cerrar de ojos. Millones de atareadas almas flotaban por aquí y allá cumpliendo las ordenanzas que dicta el Acta del Destino.
Noto el ojo de Gabriel. Respondo a su llamada. ¿puedo hacer esto?, antes no podía.
Él te llama, me responde.
Nauseas, han teletransportado mi cuerpo.
Una legión de seres como yo formamos a la perfección, divididos en secciones delimitadas por diferentes estandartes.
Pienso en Luna, el sonido de su voz mientras me susurra al oído sus mas ocultos secretos, sus manos acariciando mi piel.
La fuerza de la voz de Gabriel me saca de mi ensimismamiento momentáneo: "Vuestro cometido es hacer que la justicia pervalezca, sois el brazo ejecutor del cosmos, los dioses nos respetan, los demonios nos temen. Somos los Guardianes del Cosmos"
Todos repetimos la oración mientras despegamos en perfecta formulación hacia la armería.
No hay colas, cada uno llega en el momento adecuado, para recoger el arma adecuada, con el espíritu de su portador. Veo alabardas, veo guadañas...
Decepción, me ha tocado un cuchillo. Lo agarro con confianza, siempre ha sido mi arma favorita. Noto una parte del arma vinculandose con mi ser.
Rezo:"Este es mi cuchillo, hay muchos iguales pero este es el mio. Sin mi, mi cuchillo no es nada. Yo sin mi cuchillo, no soy nada."
Es un buen cuchillo, grande pero lijero, letal pero sutil.
Nos movilizan, alguien llega, es un dios. Hades. Percibo su edor a años luz de distancia. Miguel en persona lo escolta. Noto su poder, su espada llameante. Miguel es un amigo personal de Gabriel, mi capitán aquí, iguales en poder y sabiduría.
El dios llega y por primera vez se nubla en la casa dorada. El perfecto clima se desmorona en cuanto el dios del imframundo posa sus lodosos pies sobre el dorado pavimento que lleva a la casta ciega.
Sus orgullosas facciones dibujan una chulesca sonrisa. Viene con ganas de pelea y la quiere en la casa de la justicia, para que seamos nosotros los que tengamos que ejecutar su venganza personal. Cerdo cabrón, que tu perro Mephisto te haga el trabajo sucio!
Antes de subir la escalinata se gira y me mira. Me reconoce y dice para sí mismo: "Ahora aquí, entra cualquiera...".
El caso del que se le acusaba era grabe. Un dios acusando a otro de traición al Cosmos. Solo la adepta de Cosmos, Justicia, podía juzgar un crimen tan horrible.
Me siento muy pequeño ante tanto poder, cuando de repente Justicia me señala y dice: "Adrian Frost, Campeón de Terra. Suba al púlpito Veritas"...
Firma: Al Frost.
No hay comentarios:
Publicar un comentario